Entrevista

Conversación con Natalia Badán

Para muchos Mogor Badán representa más que una bodega de vinos, representa una forma de vida, una forma de entender al Valle de Guadalupe. Tuve la oportunidad de sentarme a platicar con Natalia Badán, quien se ha convertido en una de sus voces más importantes.

Iniciamos hablando de los cambios que han sucedido durante la última década, no solo con la llegada de nuevas personas, sino más importante aún con la evolución de las personas y proyectos que ya estaban aquí.

Al mencionar mi temor por los cambios que Laja ha sufrido, queriendo evolucionar hacia la actualidad, olvidando un poco la vida tranquila, lenta y su conexión con el entorno, me dice: “Es terrorífico, no te tienes que asustar un poco, te tienes que asustar muchísimo, porque pone en riesgo aquello que le da más valor al Valle, que es la ruralidad, que es estar al ritmo de la naturaleza. Tener la experiencia de estar vinculado al terruño y poder disfrutar de los cambios de las estaciones de la naturaleza. Los bares y los antros y las hamburguesas y los drinks no son malos per se, pero rompen con esto, rompen bruscamente con esto. Son cosas de la ciudad, cosas urbanas y el hecho de que se estén instalando aquí significa que se está urbanizando el Valle, la gente no lo tiene claro. Una vez que se da, no hay regreso. Por eso no deben de estar aquí.”

Así inicia nuestra conversación, con pocos preámbulos. Natalia es una defensora incansable de la vida lenta y de los tiempos de la naturaleza.

Resultaría sencillo pensar que todo esto es una exageración de personas a las que no les gusta la música, que están en contra del desarrollo ó que simplemente no entiende algo más allá de su realidad. Al hablar cinco minutos con Natalia te das cuenta que precisamente lo opuesto es verdad. Existe un entendimiento muy claro de la realidad y de las necesidades urbanas, de las personas, de los espacios. Pero sobre todo, existe un entendimiento muy claro de los riesgos que la urbanización traería al Valle de Guadalupe.

“Yo entiendo que los jóvenes han sufrido por la pandemia y que tienen una enorme necesidad de salir y convivir. Tengo cuatro hijos que se mueren por salir a bailar. Los chicos de Tijuana se vienen en hordas por que es la edad de hacer relacciones, donde hay todo este juego entre ellos, este coqueteo. Lo entiendo, es una necesidad humana. Pero no en el Valle. Ponemos en riesgo su ruralidad, ponemos en riesgo su permanencia tal como lo conocemos, con sus noches estrelladas y su silencio. Mi postura es muy difícil, porque piensan que solo estoy defendiendo lo mío, ¡no! estoy defendiendo la sustentabilidad y su vocación agrícola. Deberíamos en este país preocuparnos por tener áreas de conversación agrícolas. Hay muchos otros lugares donde hacer estos bares, la misma Ensenada debería despertar a su situación privilegiada frente al mar. Hagan espacio para todas estas cosas, hagan un gran barrio de espacios para jóvenes como en Madrid, donde te puedas ir de bar en bar. Hagamos lo mismo aquí, es divertido y cuando te caigas de cansado estés a una cuadra del hotel y no agarres carreteras.

Lo que está sucediendo (en el Valle) no tiene sentido, y obviamente tiene que ver con oportunismo, el cual yo veo mal, hay gente que hablará de oportunidad y de que es negocio. Pero no todo se vale en los negocios, no todo se vale para hacer negocio. ¿Estamos claro en esto?

A mi si me decepciona que pueda haber gente que tenga mucho viviendo aquí y que no defiendan esta mística del Valle, y cuando hablo de mística estoy hablando de su vocación. Porque si estamos aquí, nos tiene que gustar la tierra y ensuciarnos las manos. Este lugar merece ser absolutamente defendido.

Más que dinero, más que un escenario 

Muchos llegan al Valle con una idea. Restaurante, bodas, eventos. Cualquiera que esta sea, el Valle de Guadalupe sirve como el escenario. Ante los cuestionamientos existen siempre dos justificaciones. Primero, que se han plantado viñedos, aunque solo sirvan de ornato y segundo, que habrá una derrama económica importante. 

“Hay un grupo muy fuerte de Tijuana, totalmente de buena fe, no son mañosos. Pero manejan unos conceptos que espérame los tenemos que hablar, es decir no debemos ser solamente un escenario. Plantan un viñedito para que sea el lugar entre viñedos, pero le estás quitando profundidad, estás creando una cosa falsa ¡que horror!

Como región tenemos una historia muy corta, en Europa la historia del vino es de siglos, pero nosotros solo llevamos unos pequeños decenios, pero si tu tienes un verdadero apego a la tierra y buscas expresarla, no es una labor de una generación, es de varias. Para que en cincuenta años llegues a entender cuales son los grandes vinos de Guadalupe no lo puedes combinar con cincuenta bodas al año, no puedes, es algo incompatible. No, no, no. Existen otros lugares para eso. Que trae dinero ¿y? Lo que vamos a perder no lo vas regresar con dinero. 

Fíjate, en Mogor tenemos ideas muy románticas, porque el romanticismo es nuestra enfermedad de la familia, y le estamos apostando a la recuperación de suelo fértil y resulta que siempre hemos sido orgánicos, desde mi papá, pero se usaba el arado y como todos los habitantes del valle, llegaban las lluvias, reverdecía y pasabas la disca. Hace seis años me doy cuenta con horror que en la parte alta de la propiedad habíamos perdido cuarenta centímetros de tierra fértil, porque al arar llueve y poco a poco lo pierdes. Entonces nos metimos en este viaje de recuperación, guardamos la disca y nunca más la hemos vuelto a sacar y hoy todo el Mogor esta cubierto de verde, eso implica más infiltración de agua, mayor microbiología en el suelo, pero son procesos que tardan sesenta y cinco años destruir cuarenta centímetros de suelo y va a tomar cien reconstruir. Entonces los dólares no justifican”.

Escalas de vulnerabilidad

Es importante entender el contexto del valle, sus circunstancias y su fragilidad. Aquello que lo hace especial, también lo hace vulnerable a la urbanidad y al crecimiento desordenado.

“Hay lugares que en México tan fértiles, pero tan fértiles, que te mueres de la envidia, hacen un cerco con palos y los palos se convierten en árboles, aguantan mucho más dentro de una escala de vulnerabilidad ecológica, aguantan infinitamente más trancazos que nosotros. Aquí estamos en el extremo, donde poquito más allá y somos desierto, pues lo vemos, solo vete hacia el sur, pasas San Quintin y se volvió desierto.

Como dices tu, esta es una joyita, entonces hay que protegerla, hay que proteger el chaparral, proteger el arroyo, dejar de hacer barbaridades. No voy a mencionar nombre pero había quienes querían encementar el arroyo, ¡no! No solo no hay que encementarlo, hay que regresarle su curso natural y si alguien pierde un poquito de tierra, pues ni modo. Es esta visión corta. No se que vaya a pasar, pero creo que también somos muchos los que tenemos esta visión de conservación de la ruralidad y protección de nuestro entorno que es muy vulnerable”.

A mi pregunta sobre ¿qué pasó? Natalia contesta con mucha sinceridad, “Dejamos de levantar la voz. Después de más de una década de luchar, nos cansamos. Algunos vivimos tanto esa lucha que descuidamos nuestra casa, nuestro trabajo. Pregúntale a Hugo (D’Acosta), quien ha sido uno de los grandes defensores de la ruralidad del Valle. Cuantas veces dejó de poner toda su atención en Casa de Piedra, para defender al Valle. Te desgastas”.

La educación como parte esencial del cambio

Durante nuestra conversación le mencionaba a Natalia que mi perspectiva cambió durante mi estancia en Corazón de Tierra. Antes de esto, el Valle para mi era algo más teórico. Entendía algunos de los retos que enfrentaba, pero solo en forma teórica. Vivir un par de años su realidad y ver de forma cercana el desinterés e ignorancia de muchos, incluso dentro de la industria, fue una verdadera revelación. “Por supuesto que educar a las personas es una parte importantísima de todo esto”, comenta Natalia “entender absolutamente cambia todo”.

En este sentido, el trabajo que hasta el día de hoy se ha desarrollado no ha sido suficiente. Es importante que las industrias que se benefician de la zona inviertan más en informar, primero a sus colaboradores y después a quienes visitan.

Sobre los proyectos gastronómicos

“Nosotros vimos con mucho agrado cuando se empezó a desarrollar la gastronomía. Cuando abre Laja somos invitados a probar lo primero que se cocinó y Jair nos explicaba lo que ahí se hacía y como todo era sencillo pero tenía que ser producido en el lugar. Eran unas cosas exquisitas, y empezamos a trabajar en los vinos pensando en ello. La verdad fue algo muy bonito. Llegaron buenos turistas y surgieron los productores. Nuestro jardín (huerto) nació en el noventa y siete y de el han surgido otros tres que producen y venden a restaurantes. Algunos se han acercado y pedido ayuda, otros nomas se llevan las cosas, pero no importa”. Al comentarle que durante mi tiempo Corazon de Tierra, el huerto del Mogor era nuestro soporte, Natalia sonríe y agrega “que bonito, porque eso es verdaderamente desarrollo. Benito, quien trabajó con nosotros mucho tiempo hoy tiene su propio huerto e intercambiamos cosas, nos apoyamos. Me da mucho gusto que cosas como esta sucedan, porque este es el tipo de desarrollo que debe darse”.

Sobre cervecerías, Justinas y otros lugares que han llegado a la región por el éxito comercial, Natalia es enfática en su postura de que el Valle no es el lugar para ello. “En Ensenada ó en el Sauzal. ¿Te imaginas el éxito que esos proyectos podrían tener en el Sauzal? Frente al mar, donde ya existen otros proyectos similares, donde hace sentido”.

Hablando de Ensenada

“Los ensenadenses perdieron un poco el alma, Ensenada era pesquera, pesquera. Todo olía a pescado, todo mundo trabajaba de forma directa o indirecta en ello y de pronto desaparece la industria. Haz de cuenta que nos da la phylloxera y todo se seca. Entonces perdió su vocación ¿y que sucede? Vienen las maquiladoras y resulta que las maquiladoras no son tan nobles, pues bueno vamos a hacer turismo, pero un turismo un poquito chapado a la antigua y ahora ya nos volvimos puerto a la fuerza, lo cual es un desastre donde nadie nos pregunto. Fue una imposición de Kiko Vega, no se quien se beneficie, nosotros lo padecemos muchísimo, es un verdadero desastre hasta para entrar al Valle.

Entonces llega el momento donde en lugar de unirse a nosotros comienzan a criticarnos, ¡Ay que caros! Pues si, no es para ti y tampoco para mi. ¿A poco crees que yo voy a comer al Deckman’s todos los días? ¡Nombre! Pero ni remotamente. Pero únete y nosotros te mandamos a los turistas. Carretitas, mariscos, cervecerías. Después de las cinco de la tarde aquí cerramos la puerta y que les vaya bien. Todos los desarrollos que se pueden hacer allá. Una área de observación de surfeo, paseos en la costa. Cosas amables que serían una fuente enorme de trabajo. Porque vienes aquí, visitas tres bodegas y disfrutas de una excelente comida y después te vas al reventón allá y ves el mar y disfrutas las tostadas. Tiene sentido. Esta en charolita de plata”.

La necesidad de documentar

Por último, pero no menos importante (ó interesante) platicamos sobre la importancia y la urgencia que existe de documentar todos los viñedos que conforman el Valle de Guadalupe y hacer esta información pública, de fácil acceso para todos Registrar cada viñedo, su edad, ubicación, variedades plantadas. Otras regiones han emprendido trabajos así, notablemente en California.

“Sería una herramienta invaluable Juan Pablo” dice Natalia con una expresión que denota alegría y emoción “Hemos perdido tantos viñedos y nadie se entera y nadie dice nada. De esta forma podríamos protegerlos un poco. Es darles mayor identidad”.

Aquí la conversación nos lleva a la infinidad de posibilidades que existen si distintos actores de la industria decidimos colaborar. Por lo pronto Natalia y yo soñamos un poco y prometemos que esta conversación, un tanto casual, servirá para tomar acciones y para seguir luchando por la conservación rural del Valle de Guadalupe.